Abstract:
El tomate (Lycopersicon esculentum Mill.) es considerado una de las hortalizas con gran demanda a nivel mundial. La parte comestible posee un alto contenido de agua, agradable sabor y una estructura rica en fibra (ESCALONA et al., 2009). Dentro de una dieta equilibrada aporta vitaminas (A, C, y K), licopeno (antioxidante), minerales y flavonoides. Tiene un bajo contenido de grasas y permite una favorable digestión en el organismo del ser humano (RODRÍGUEZ, 2013). En el 2013 la producción mundial de tomate superó los 163.963‟77 millones de kilos, siendo China el país con mayor productividad (HORTOINFO, 2015). En el mismo año, la producción de hortalizas fue de 950 millones de toneladas, obteniendo un incremento del 9.4 % con respecto al 2012 (INFORETAIL, 2014).
Desde la germinación, el tomate necesita unas condiciones favorables en su proceso hasta llegar a la cosecha. En la primera etapa fenológica, la hortaliza concentra su energía en la síntesis de nuevos tejidos. La etapa vegetativa se inicia a los 30 días después de la germinación y requiere mayor cantidad de nutrientes para el desarrollo de la raíz, el tallo, la biomasa foliar y para la aparición de las futuras flores (RUBIO E. 2014). Por último la etapa reproductiva: es aquí donde la solanácea da los primeros frutos, alcanzando su punto máximo de producción para la cosecha (MATARÍN; URRESTARAZU y GARCÍA, 2014).
La mayoría de los cultivos se ven afectados por estrés biótico y abiótico, BASURTO et al., 2008 lo define como el cambio bioquímico o fisiológico que difiere de su rango óptimo. Las principales dificultades a las que se enfrentan las plantas ante el estrés biótico son provocadas por la interrelación entre el vegetal, el patógeno, el hospedero y unas condiciones climáticas adecuadas. Los efectos se expresan en la deficiente producción, generando pérdidas entre el 20 y 100 % de todo el cultivo (GUZMÁN, CASTAÑO y VILLEGAS, 2009).
Uno de los factores bióticos que más amenaza al tomate es el hongo Phytophthora infestans, este microorganismo pertenece a la clase de los oomicetes y se origina a partir de zoosporas o esporas. La reproducción más común del hongo es la asexual. Al penetrar la cutícula foliar, el patógeno esparce sus esporangios, desarrollando de esta manera la enfermedad (KHAVKIN, 2015). La actividad de este fitopatógeno, produce lesiones irregulares de color marrón en las hojas y manchas de aspecto grasiento en el fruto. (IVORS, 2013). Los daños aparecen en todo su sistema fisiológico produciendo finalmente la muerte de la planta (BLANCARD, 2011).
Actuales investigaciones demuestran que las plantas pueden activar mecanismos de defensa contra factores nocivos. (SABATER, 2013) explica que puede ser considerado como un elicitor cualquier sustancia capaz de inducir la defensa en las plantas. El estímulo de resistencia ante varios patógenos aumenta la protección y la hipersensibilidad en los vegetales, disminuyendo el número de posteriores aplicaciones químicas (GONZÁLEZ et al., 2013).
Entre los nuevos elicitores se encuentra el propóleo (propolís) que es una sustancia natural producida por las abejas y mezclada a través de árboles, brotes de plantas y otros elementos (LANGSTROTH 2013). Su contenido está dado por compuestos químicos y propiedades biológicas que difieren según el lugar de origen (PALOMINO et al., 2010). La tarea principal del propóleo en la agricultura, es la protección ante factores de estrés causado por fitopatógenos; el producto actúa sobre la membrana del microorganismo, debilitándolo en todas sus funciones (VARGAS, TORRESCANO y SÁNCHEZ, 2013).
Por otra parte los compuestos fenólicos son considerados metabolitos